Le llevó cuarenta minutos reunir las ganas suficientes para levantarse de la cama y arrastrar los pies hasta el baño. El suelo estaba frío, como el aire. Tiritaba un poco. “Maldito otoño de los cojones”, refunfuñó. Con los ojos entrecerrados aún, abrió el grifo y se echó agua helada en la cara, para despejarse.
Pero no era necesario, lo que vio cuando subió la mirada hasta el espejo de la pared terminó de despertarle. Más de lo que le habría gustado. Delante de él había una imagen que no supo cómo interpretar. En vez de su cara, se vió su propia nuca, como si… ¿¡como si estuviera detrás de si mismo!? El pánico lo paralizó. Lentamente miró hacia atrás, con el miedo absurdo de ¿encontrarse? Pero no había nadie, sólo la puerta.
Otra vez al espejo, y ahí estaban su nuca y su pelo despeinado. No pudo ver su gesto descompuesto. Sólo podía verse un poco por el rabillo del ojo, si ponía la cabeza de lado.
“¿Y ahora cómo coño me maquillo?” fue todo lo que atinó a decir.
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